CUADERNO DE BITÁCORA DE LA CIUDAD INVISIBLE
[VOZ DE BALLENA FUGITIVA]
La nave surca la gélida y Procelosa Mar de las Ondas Hertzianas… todo apunta a que éste va a ser un día más, una nueva singladura sin percances dignos de mención cuando, de pronto, alboroto en el Puente, zafarrancho en la nave, en las bodegas el tenso silencio que precede a la acción y, en la cofa del vigía, un vacío inesperado que alguien tiene que llenar… y yo tengo la pajita más corta, dicen… El destino me llama de nuevo al viejo puesto de guardia…
[TREPA POR EL PALO COMO UN LÉMUR]
Rápidamente me encaramo por el palo mayor y me planto junto al mohoso barril que es como un nido en las alturas; la casa de los ojos del navío, la funda de las gafas en mi caso… Antes de ocupar este pequeño espacio me desvisto, me quedo en cueros vivos, en pelota picada, como manda la vieja tradición de los mirones que ocupan este puesto desde tiempos inmemoriales. Todos lo hacemos… y todas, como muestran unas bragas con puntillas que han quedado enganchadas a una tirolina que, partiendo desde este mismo punto, se planta –un poco más allá del Sol naciente- en plena Navidad. Ésta ha debido ser la ruta de salida, el punto de fuga que han utilizado para evadirse hoy de la galera algunos tripulantes… Pero ¿Por qué? ¿Adónde han ido? ¿Andandarán? ¿Qué alarmantes signos leyeron en los cielos? ¿Qué poderosa razón les obligó a abandonar la nave?... Así, a primera vista, no encuentro la respuesta a mis preguntas… todo esto me huele a cuento casi chino…
[OLISQUEA, ENTRECERRANDO LOS OJOS]
Seguimos navegando… El horizonte trata de envolvernos con su abrazo monótono, pero no nos dejamos… No estamos para melosas caricias, ni para distracciones engañosas. Sabemos que en el éter del sonido aguardan, como un bálsamo para lobos de mar, las dársenas amables de La Ciudad Invisible.
[DESVANÉCESE EN EL DESVÁN]
[VOZ DE BALLENA FUGITIVA]
La nave surca la gélida y Procelosa Mar de las Ondas Hertzianas… todo apunta a que éste va a ser un día más, una nueva singladura sin percances dignos de mención cuando, de pronto, alboroto en el Puente, zafarrancho en la nave, en las bodegas el tenso silencio que precede a la acción y, en la cofa del vigía, un vacío inesperado que alguien tiene que llenar… y yo tengo la pajita más corta, dicen… El destino me llama de nuevo al viejo puesto de guardia…
[TREPA POR EL PALO COMO UN LÉMUR]
Rápidamente me encaramo por el palo mayor y me planto junto al mohoso barril que es como un nido en las alturas; la casa de los ojos del navío, la funda de las gafas en mi caso… Antes de ocupar este pequeño espacio me desvisto, me quedo en cueros vivos, en pelota picada, como manda la vieja tradición de los mirones que ocupan este puesto desde tiempos inmemoriales. Todos lo hacemos… y todas, como muestran unas bragas con puntillas que han quedado enganchadas a una tirolina que, partiendo desde este mismo punto, se planta –un poco más allá del Sol naciente- en plena Navidad. Ésta ha debido ser la ruta de salida, el punto de fuga que han utilizado para evadirse hoy de la galera algunos tripulantes… Pero ¿Por qué? ¿Adónde han ido? ¿Andandarán? ¿Qué alarmantes signos leyeron en los cielos? ¿Qué poderosa razón les obligó a abandonar la nave?... Así, a primera vista, no encuentro la respuesta a mis preguntas… todo esto me huele a cuento casi chino…
[OLISQUEA, ENTRECERRANDO LOS OJOS]
Seguimos navegando… El horizonte trata de envolvernos con su abrazo monótono, pero no nos dejamos… No estamos para melosas caricias, ni para distracciones engañosas. Sabemos que en el éter del sonido aguardan, como un bálsamo para lobos de mar, las dársenas amables de La Ciudad Invisible.
[DESVANÉCESE EN EL DESVÁN]
